Desde pequeño siempre me ha apasionado el campo; crecí en una pequeña aldea del norte de Granada. Me encantaba pasear en el tractor con mi padre, ir a la huerta a merendar cerezas después del colegio y sacar a pastar las cabras con mi vecino Pedro.

Siempre nos han dicho a los jóvenes que la agricultura es una profesión muy sacrificada y que no tenía futuro, que nos dedicásemos a otra cosa. Con esa idea en la cabeza acabé estudiando Ingeniería Informática y trabajando en la ciudad como programador. Ganaba un buen salario, estaba en una empresa genial pero echaba de menos el sol y la vida rural.

Hace 5 años decidí volver al pueblo y dedicarme a lo que me hace feliz. Y no podría haber tomado mejor decisión. Ahora mi trabajo es cultivar con mucho cariño y esfuerzo uvas sin pepita dulces y sabrosas.

Trabajamos dos personas en la finca durante todo el año para cuidar todos los detalles y conseguir la mejor calidad posible. En época de recolección se unen tres más para ayudarnos a envasar.

En mi día a día en el campo, me encargo de la poda de las parras, reviso y ajusto el sistema de riego por goteo, y monitorizo la salud de las plantas para prevenir plagas y enfermedades, todo mientras cuido del suelo con técnicas regenerativas.